Arte Moderno del Caribe
								
				29 de Enero del 2009 a las 11:48:36 0 Leído (1171)
				
				Arte moderno del caribe: 
una alianza sin contradicción 
Hace solamente unos cuantos años, si alguien preguntaba acerca de las artes 
visuales en el Caribe, con excepción de muy escasos datos sobre Cuba y Puerto Rico, el 
silencio era la respuesta, y si el pintor cubano Wifredo Lam se conocía y llegaba a 
ejercer una influencia, era por su residencia y éxito en Paris. 
Los únicos poseedores de datos culturales sobre la región en el Caribe eran historiadores, 
antropólogos y arqueólogos, pero las informaciones se circunscribían al período 
precolombino, a la arquitectura, a la música y la danza, a la cultura popular y la 
herencia africana, sin abordar la creación plástica. Razones sobraban para ese 
desconocimiento. 
Reciprocamente, en el área caribeña, nadie practicamente sabía del arte de los 
“vecinos”. Respecto al arte dominicano, moderno y contemporáneo, en acelerado 
crecimiento, existía una vaga y equivocada noción de parentesco con los patrones formales 
haitianos. 
Esa mútua y recíproca ignorancia empezó a ceder minimamente por los 60 
ante el incremento de las comunicaciones regionales, o sea para los dominicanos 
después de la muerte de Trujillo, en forma más decidida en las décadas del 70 y el 
80, y como un compromiso necesario después del 1990. 
Hemos de volver a mencionar los contactos con Puerto Rico y con Cuba. La 
Bienal del Grabado Latinoamericano y el Caribe de San Juan jugó al respecto un 
papel institucional. Casa de las Américas en La Habana y el Centro Wifredo Lam, con 
su Bienal Latinoamericana luego extendida al Tercer Mundo, demostraron un interés, 
cálido y correspondido, por la región. Esos tres factores institucionales iniciaron un 
acercamiento multilateral, con un criterio de selectividad. 
Indudablemente, la Bienal de Pintura del Caribe y Centroamérica ha sido el gran 
encuentro, celebrado en Sto Domingo, que, en l992, a la vez, revela a la República 
Dominicana el florecimiento del arte caribeño al través de más de 20 territorios 
isleños, y la pujanza artística dominicana - obras, artistas, convocatoria, museos, 
galería, crítica - a sus vecinos de la cuenca. 
Finalmente se descubre una riqueza plástica compartida entre países anglo, franco, 
holando e hispanófonos... 
Exposiciones como Carib Art en Curazao, Indigo en Guadalupe, Caribbean Visions - desde los Estados Unidos - 
“Caribe insular: exclusión, fragmentación, paraiso” en España, y otros eventos probablemente, 
aparte de las colectivas e individuales privadas en aumento, han ido fortaleciendo 
un movimiento artístico intercaribeño. 
Debemos mencionar que, fuera del continente americano, en Paris, se celebró 
la primera muestra pretendiendo abarcar el Caribe entero, a principios del l992, 
sentando un precedente, y que, en 1994, una selección de Carib Art viajó a la 
UNESCO, aunque desgraciadamente no tuvo los resultados promocionales esperados. 
Queremos puntualizar que, a pesar de rasgos igualmente comunes, nuestra intervención 
no abarca los países de “tierra firme” bañados por el mar Caribe - México, 
Venezuela, Colombia-, demasiado extensos y complejos para esta breve comunicación. 
Aunque enfaticemos el Caribe de habla hispana, más cercano no solamente en distancia 
sino en elementos culturales e históricos por la colonización española, nos referimos 
al archipiélago en general - aumentado de Belice, las Guyanas y Suriname- y por 
supuesto a la vecina República de Haití, con la cual la R.D comparte la isla. 
Si a todas las islas del Caribe viajaron artistas europeos, profesionales y aficionados, 
unos de paso, otros estableciéndose y modificando a menudo su visión occidental, 
fue en el Caribe hispano donde nació primero un arte local por sus autores y sus 
temas, emparentado con la academia y los estilos de Europa, fundamentalmente a partir 
del siglo XIX, y decisivamente desde los nicios del XX. 
Observamos una evolución similar en Cuba, Puerto Rico y República 
Dominicana. Sin embargo, en Santo Domingo los primeros pintores importantes 
surgieron más tarde que en las dos primeras islas, que desde finales del siglo 
XVIII y el siglo XIX tuvieron maestros e inicios de movimientos artísticos. Cabe 
señalar que, en los tres países, los pioneros de la pintura nacional moderna tuvieron 
que dedicarse paralelamente a la enseñanza y otras actividades profesionales para 
poder sobrevivir, situación que no ha mejorado del todo, hoy en el 2001. 
La coyuntura empezó a cambiar por los años 20 - época significativa para un 
despunte del arte latinoamericano en general - y después del l940 la impronta de la 
modernidad se precisó. Puerto Rico evolucionaría más lentamente hasta mediados 
del siglo, Cuba, desde los 30, demuestra una actualización hacia lo universal y luego 
la abstracción, mientras la llegada de Inmigrantes europeos da un fuerte impulso 
modernista a la República Dominicana. A pesar de las diferencias, en los tres países, 
encontramos el mismo rechazo de una asimilación europea, pero existe la consciencia 
de que la identidad vernácula ha de trasmutarse y transitar por nuevos 
caminos estilísticos. Si no el arte contemporáneo, la mentalidad contemporánea de 
un arte en constante renovación empezó a surgir entonces, a mediados de la década 
del 40. 
Si seguimos el perfil histórico, observamos otra coincidencia en la aceleración de 
los cambios. Los acontecimientos políticos precipitan el compromiso creciente con un 
arte en mutación: la Revolución y el socialismo en Cuba, la muerte de Trujillo y la 
lucha por la democracia en la República Dominicana, el status de Estado Libre 
Asociado en Puerto Rico. Los 60 son un período clave donde los artistas del Caribe 
hispanófono investigan más y buscan lenguajes figurativos ajenos a la complacencia 
y la superficialidad. Si trasladamos la mirada a los principales 
países angloparlantes, más lentos en la ruptura de la tradición y definiciones 
plásticas , renuentes a la pintura más que a la escultura, vemos que las inquietudes de 
las décadas del 30 y 40 van a solidificarse en torno a la Independencia política del 
Reino Unido después de los 60, en dos direcciones: preocupación sincera por llevar 
el arte al pueblo y una politización de la imagen, que incluye la exaltación de las 
raíces africanas y el proclamado rechazo de las influencias de las potencias coloniales. 
Jamaica, Barbados y Trinidad han tenido un liderazgo qui sigue adelante, aunque 
sería injusto desconocer a los países más pequeños, teniendo los de mayor superficie, 
población y recursos artísticos una responsabilidad al respecto. 
En pocas palabras, el fenómeno evolutivo de la plástica es bastante similar en 
toda la cuenca caribeña, en aquella décadade los 60, pero con sus particularidades 
etnoantropológicas, sociales y políticas, según las islas. 
Si nos desplazamos hacia el Caribe francófono, República de Haití, islas de 
Guadalupe y Martinica, observamos que los años 40 son decisivos, a la vez para fort 
fortalecer la identidad cultural y fertilizar la producción artística, y que la decada del 60 también debe tomarse muy en cuenta. Centro de Arte de Puerto Príncipe creado en 
l944, el “Foyer” ( traducción aproximativa: hogar ) de las Artes Plásticas y galerías que, 
por los 60, quieren complementar el reputado “art naı¨f” con una expresión profundamente 
haitiana... pero moderna. Respecto a las vivencias plásticas 
guadalupeñas y martiniqueñas, que asimilamos por la extrema brevedad de nuestro 
enfoque, la Segunda Guerra Mundial funge de período catalizador. Se establecen centros 
locales de formación artística, y en la década del 60 nacen movimientos por una 
pintura “criolla” fundamentada en el orgullo de la negritud, y una actitud de resistencia 
política ante la presencia y la escuela francesas. 
Sobrecoge comprobar que, en ámbitos políticos y administrativos, sociales y 
lingüísticos tan distintos - a las cuatro lenguas oficiales, hay que agregar quince 
idiomas y dialectos “créoles”- existen fechas y décadas claves comunes, los 30, 
los 40, los 60... que por cierto se destacan en las artes visuales de la República 
Dominicana. Igual observación se impone en el Caribe Holandés, Curaçao y Aruba, donde 
el arte moderno empieza a tener adeptos por los años 30, y lo respalda, buscando 
afianzamiento técnico y expresión propia, la creación de escuelas de arte y museos 
antes del medio siglo. En la aspiración por encontrar un sello nativo, dos corrientes se 
marcan: una más vernácula, la segunda más internacional y moderna. En el continente 
sur, pero asimilada al Caribe, Suriname, nación desde 1955, rica en 
herencias, etnias y culturas, también marca un desarrollo decidido en su actualización. 
Asi mismo ha sucedido en la Republica Dominicana, estando la pintura 
de Santiago más aferrada al lar natal, la de Santo Domingo más permeada por las tendencias 
foráneas, europeas, acentuándose por los 70 influencias norteamericanas y 
latinoamericanas. Esas llegaron a través del muralismo y sobre todo a nivel de personalidades, 
esencialmente Tamayo, Lam, Torres-García y Matta. Wifredo Lam y el 
Muralismo mexicano valen para el Caribe en general, a título de ejemplo cultura identitario. 
Los últimos veinte años del siglo... y el tercer milenio incipiente van a caracteri 
zarse por la complejidad anterior - que fomenta una diversidad bienvenida en los 
discursos gráficos (¡los más postergados! ), pictóricos y escultóricos del área, al mismo 
tiempo que una firme toma de consciencia aproxima el momento de una definición 
estética antillana. El tiempo del mútuo conocimiento, de una verdadera fraternidad 
caribeña en el arte, ha llegado y esperamos que ese florecimiento creativo alcance el 
reconocimiento fuera del continente americano. En las treinta islas aledañas,- si nos 
referimos a las principales en superficie-, el apego a la identidad se manifiesta por el 
sincretismo de distintos credos religiosos, la importancia del elemento racial - predominando 
el negro y el mestizaje, fruto de las distintas migraciones-, la fusión de la materia 
y el espíritu -, orientación que se ha ido precisando hasta hoy. 
En la época contemporánea pues, mitologías personales y colectivas, mitos 
viejos y nuevos van tornándose una presencia constante, dotada de infinitas variaciones 
temáticas y estilísticas, con la fantasía más desbocada... o controlada. 
Podemos afirmar que cuatro generaciones en plena actividad interpretan las tradiciones 
rurales y urbanas, desmitifican las instituciones o los personajes, tanto como 
se rebelan en contra de la tecnología, el consumo, las imposiciones culturales 
inconsultas. Un compromiso nuevo denuncia, en un enfoque más regional e internacional 
que antes, los males de la globalización, la depredación de la naturaleza, y las desventuras 
de los inmigrantes . La pintura sigue siendo la categoría mayoritaria, pero, en lo tridimensional, 
la instalación emprendió un particular desarrollo, no sólo en R.D. , Cuba 
y Puerto Rico, sino también en Trinidad - desarrollando proyectos ecológicos entre 
islas vecinas con el proyecto “Big River”-, Barbados, Martinica y las Antillas 
Holandesas, incluyendo las más pequeñitas, -como lo demostró la exposición 
“Identidad, Ayer, Hoy y Mañana” en 1999. A partir de esas múltiples fuentes de 
inspiración, que se trasladan del mundo exterior al mundo interior, las composiciones 
vibrantes de ritmos, de sustancia, de colores, ejercen efectos verdaderamente 
encantatorios, integrando lo sagrado y lo profano, la vida y la muerte, las figuras 
antropomórficas y zoomórficas, mediante signos y símbolos... que conservan su misterio. 
La simbiosis entre arte, espíritu y tierra, llegando a lo concreto de texturas y 
mezclas arenosas, puede considerarse un fenómeno colectivo en todo el Caribe. 
En la plástica de las Pequeñas y Grandes Antillas , iguales formas, temas y 
trascendencias han ido floreciendo. En todas las islas, lo que acentuamos como 
mestizaje racial y legado afroantillano se ha metaforizado en formulaciones puramente 
plásticas que, al igual que en Santo Domingo, combinan, alternan, fusionan la 
organicidad y la construcción, estallan en una fiesta sensorial y privilegian el sincretismo 
de las creencias. Sin problemas, la cultura popular se 
alía con lenguajes contemporáneos internacionales. ¡Alcanzar la paradoja de un arte a 
la vez ancestral y actual, apropiándose y reinventando, está en el temperamento, las 
convicciones y el oficio del artista caribeño! Provenga él de Aruba, Bahamas, Barbados, 
Cuba, Curazao, Dominica, Guadalupe, Guyana, Haití, Islas Vírgenes, Jamáica, 
Martinica, Puerto Rico, Santa Lucía, Suriname, Trinidad o República Dominicana. El eclecticismo y una gran libertad ante las “modas” y las “bogas”, que, no se rechazan, pero se adaptan, se observan 
críticamente, se “creolizan”. Esa mezcla de absorción y reconversión parte de un intento. es más, de un propósito de definición regional. Sostenemos que el posmodernismo 
se practica, sin alardes críticos, desde hace décadas en el Caribe, de la 
arquitectura a la pintura. La época actual es particularmente 
propicia a una integración de la plástica insular dentro de un contexto continental y 
universal. Los cánones fijos, las normas precisas, las “recetas” imperativas de 
antaño han desaparecido, cediendo ante la fantasía (casi) suelta del creador. Y esa 
evolución/revolución permanente conviene a la personalidad de los artistas caribeños, 
estimulados y receptivos, siempre que respeten sus fuentes y antecedentes culturales. 
No deja de existir, entre los menos informados, el prejuicio de que un arte 
puramente intuitivo - preferimos la propuesta de “intuitive eye” emitida por el jamaiquino David Boxer -artista y director de la National Gallery en Kingston- y una 
exposición de 15 autodidactas que él organizó, a la socorrida denominación de “art 
naíf” - domina el arte caribeño, aún en el período actual. Esa corriente, vigente, respetable y encantadora cuando es auténtica, es reputada por su fuerza en Haití, 
pero no sobrepasa, aun en el arte haitiano, la importancia de una de las expresiones 
visuales practicadas, y creadores conceptuosos como Edouard Duval-Carrié y Mario 
Benjamin ya tienen importancia en el arte contemporáneo internacional. 
Cuando estudiamos históricamente el arte de la región, vemos que, dentro de la 
tolerancia ideológica que caracteriza el Caribe en muchos aspectos, no hay exclusiones 
estilísticas, y que la crítica - ¡ no nos inhibamos en mencionarla! - suele contribuir 
a esa amplitud expresiva. Sin embargo, un movimiento específico no ha cesado en continuidad y expansión, desde los años 50, y por tanto en el arte contemporáneo. 
Es el Expresionismo. A partir de su perfil original europeo, 
significa exuberancia, efusión, rebeldía, impulsos liberados, o sea una formulación 
acorde con el temperamento y el sentir del artista antillano. En nuestros expresionistas 
de ayer, la “nueva imagen”de hoy y probablemente la de mañana, reina nuevamente 
el “mestizaje”, combinándose con realismo y surrealismo, alternando y sumando la 
abstracción y la figuración, según las opciones individuales. El famoso grito del 
pintor noruego Edvard Munch ha tenido ecos... amplificados en percusión caribeña, 
asi mismo en tiempos recientes las distorsiones del inglés Francis Bacon o del 
holandés Karel Appel. Ahora bien, como precursor de un 
“expresionismo antillano”, dramático, visionario, sumergido en las entrañas de la 
tierra, permitanos señalar a un dominicano, ejemplo típico de mestizaje por su origen, 
Paul Giudicelli. Adulto, jamás pudo salir al exterior por razones políticas familiares. Lo 
guiaron la pasión encerrada (¡!) y un trabajo insaciable. De no morir a destiempo, él 
hubiera incidido aún más en el desarrollo de la plástica nacional y probablemente la caribeña. 
El Expresionismo fue verdaderamente un modo de “afirmación” en la identidad, principalmente en el aspecto formal y la factura, pero que ha sabido evitar la estereotipia y la repetición, defectos frecuentes en muchos neoexpresionistas europeos y latinoamericanos. Hemos reflexionado 
y encontramos varias modalidades, simultáneamente homogéneas y distintas. 
En ese expresionismo tipificante, las Generaciones del 80 y del 90 continúan y demuestran una fuerza pujante, que sigue la tradición del mestizaje estilístico y temático, que exterioriza sus ansias en la pintura y las instalaciones, sin que olvidemos la gráfica. Algunos son exitosamente 
polivalentes en su trabajo. Más aun, es cada vez más raro que un artista antillano 
se limite a un solo lenguaje visual. Esos nuevos rebeldes que asumen 
compromisos renovados de forma y de fondo, que van encontrando una causa, 
sobrepasan las fronteras isleñas y sus respectivos sistemas politico-administrativos 
para declararse “hijos del Caribe”.¿El famoso artista haitiano, Sacha Tebo, cuando 
le preguntan su nacionalidad, no responde “caribeño”? Los primeros ecos, que nos llegan del tercer milenio, como las obras sobre papel de “Between Lines” y las propuestas multimedias para la IV Bienal del caribe - que abre en Santo Domingo el 14 de noviembre próximo- confirman la 
simbiosis isla/caribe/mundo y pueden considerarse como “contemporáneos” según la 
calificación de la crítica de arte occidental. Los apreciamos a la vez como poetas e iconoclastas, abstractos y figurativos, crueles y tiernos, irreverentes y respetuosos, introspectivos y observadores, atestiguando que los opuestos se funden y concuerdan... Si ellos pintan o dibujan, el graffiti, la mancha, la línea convulsionada, el trazo versatil, el color suelto instrumentan sus signos, 
generalmente organizados en una buena composición. Si montan instalaciones, la imagen e 
imaginación se pasea, entre desechos y reciclajes, objetos perecederos o durables, aportes gráficos, fotográficos y pictóricos, construcciones blandas o duras, tecnología - si está a su alcance - y tradición. El acabado final conforma estructuras sólidas en lo físico y lo ideológico, casi 
siempre refiriéndonos a la historia, al entorno, a la condición humana del caribeño y sus avatares, sin olvidar la magia, un ingrediente de todos los días. Lo pudimos observar en “La Fortaleza del Arte 
Contemporáneo”, estupenda colectiva de instalaciones, celebrada en República 
Dominicana, que, a sorpresa nuestra, interesó un público masivo. Cuando nos referimos a la impronta caribeña en la iconografía expresionista 90/2000, varios artistas y países sintetizan 
esas raíces, esa retórica de una región que no olvida: canoas y “boat-people”, indios 
exterminados y africanos esclavos, (in)migraciones documentadas e ilegales. la 
fuente nacional específica desaparece en esos gritos multitonales y multidimensionales 
que funden el pasado y el presente. Navegando en el mar que une y separa los territorios del Caribe, sostendremos que la figuración expresionista, asimilada 
espontáneamente por las islas, ha contribuido, 
a fertilizar la idiosincrasia plástica, a conservar las huellas ancestrales, a integrarse 
a la modernidad y la contemporaneídad, teniendo como categoría predilecta la pintura. Concursos, bienales y exposiciones, focalizadas en las Antillas, organizadas dentro o fuera de ellas, que hemos 
enumerado parcialmente, han permitido comprobarlo. Su estética se convierte en 
una lengua referencial y vehicular, compartida y comunicante, que absorbe tanto las 
tradiciones orales como la continuidad de los valores antropológicos, sociales y 
geográficos. El expresionismo, desprovisto de tabues e imposiciones, impregna las Antillas Holandesas -hecho ciertamente vinculado a la impronta de Holanda en los estudios y la práctica del arte-, permea un sector importante del arte anglófono - en particular Jamáica y Barbados, incluyendo 
a los rastafaris -, llega a los francófonos - a pesar de que Francia no es un país de dominante 
expresionista-, Guadalupe, Martinica, Haití aún, y por supuesto florece en el Caribe hispanohablante. En Puerto Rico desde el 1960, en Cuba desde la tercera década del siglo pasado, en Santo 
Domingo desde1950, como una manifestación a la vez ideológica y estética ese estremecimiento sacudió las artes visuales. Este breve estudio ha tratado de sobrevolar analíticamente el Caribe, 
insistiendo en los últimos 50 años de expresión plástica, mostrando en nuestro 
“arte mestizo” la alianza entre tradición y modernidad, entre las artes visuales del centro y de la periferie... según los solemos calificar. 
Citaremos para terminar una propuesta de un destacado crítico de Guadalupe, 
Jocelyn Valton, que nos parece reflejar el mestizaje artístico antillano: “Expresar su 
visión del punto de vista de su cultura sin quedar preso del regionalismo, desarrollar una visión singular, encontrar una escritura que puede ser descifrada por una mayoría sin caer en la difusión y el olvido de las luchas a emprender todavía, hallar un lugar en mercado internacional sin someterse a sus dictámenes, querer el reconocimiento de su trabajo sin esperarlo de modo servil, 
asumir la posición de mediador entre las culturas, como un aprendiz de brujo que introduce en su campo cultural ideas y formas nuevas, nuevos conceptos, nuevas técnicas! Fermentos de revolución, tal vez! En fin mantener la fe en sus valores, preservando al mismo tiempo un espíritu de apertura 
propio de la región caribeña.” 
por:marianne de 
tolentino 
				
								
							
				
				
				
				
				
				
					
				
				
					
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