Ana Lucía Montoya Rendón
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ACTITUDES ANTE LA OBRA DE ARTE

27 de Abril del 2008 a las 03:26:13 0 Leído (673)

Tomado de: Portal de Filosofía de Julia Manzano Arjona
http://www.tindon.org/julia_manzano/poesia.html

La estética idealista: una nueva mitología

La estética como mediadora

Frente a la obra de arte el contemplador puede situarse desnudo y atendiendo sólo a sus propios recursos: a su sensibilidad, su nivel de educación y al hábito en el trato con las manifestaciones artísticas. Todo ello constituiría su competencia estética y, de hecho, muchos amantes de las creaciones del espíritu humano prefieren la inmediatez y no desean recurrir a teorías mediadoras que les quitarían, dicen, el placer de la satisfacción ingenua y no mediada. ¿Es la inmediatez una ilusión? Así puede considerarse, ya que lo que parece un trato directo en una experiencia estética singular, está en realidad ya establecido por una determinada actitud ante el objeto.

… Por eso el arte es lo supremo para el filósofo, porque, por así decir, le abre el santuario donde arde en eterna y originaria unión, en una llama única, lo que en la naturaleza y en la historia está separado y lo que ha de escaparse siempre en la
vida y en la acción, así como en el pensamiento.

… Arte y naturaleza, pues, se identifican por ese poder oscuro que en Schelling es la teleología, la noción de finalidad. Concibe a la naturaleza como un todo orgánico y no como una mera yuxtaposición entre las partes. Así piensa que en los productos naturales hay un propósito, parece (el conocido “como si” kantiano) que cada uno de ellos tuviera una función en relación al todo.

…En la naturaleza ya está dada la armonía entre necesidad y libertad y el sujeto la descubre gracias a la intuición intelectual. ¿Sucede lo mismo en el territorio del arte? No, la armonía no está dada, sino que hay que producirla y el instrumento será ahora la intuición estética. El producto resultante es la obra de arte, definida como Identidad de lo consciente y lo no consciente en el Yo y consciencia de esta identidad.
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Ahora llama actividad consciente a la libertad y actividad no consciente a la necesidad legal. Cuando el artista crea parece hacerlo de un forma libre, ya que con intención va modulando su producto hacia el fin que tenía previsto, pero a medida que avanza pareciera que la obra misma lo va desbordando y se filtran en ella elementos no conscientes y no previstos voluntariamente por el artista. Cito:

Los testimonios de todos los artistas de que son impulsados involuntariamente a la producción de sus obras y que mediante su producción sólo satisfacen un impulso irresistible de su naturaleza.

En otras palabras, se está refiriendo a la inspiración, entendida como un “don” espontáneo que poseen determinadas naturalezas geniales, y también explicable como un “soplo ajeno”, el pati deum (“estar abierto a Dios”) del que hablaban los antiguos.
Schelling reflexiona la obra de arte a través de un movimiento entre los polos opuestos de la contradicción y la armonía. Su pensamiento, interpretado desde el momento presente, puede parecernos como guiado por un télos propio de los románticos, del que él es egregio representante y mentor espiritual. Ese télos es el anhelo de reconciliación. Y en la obra de arte encuentra el paradigma. Su explicación es como sigue: el impulso artístico comienza por un sentimiento de una contradicción, aparentemente irresoluble, entre lo consciente y lo no consciente, pero el movimiento completo de la creación culmina en una emoción, que satisface nuestra aspiración infinita de armonía y conciliación. Y añade:

El arte es la única y eterna revelación que existe y el milagro que, aunque
hubiese existido una sola vez, debería convencernos de la absoluta realidad de aquello supremo.

El arte, pues, es la revelación de lo infinito en lo finito, con lo cual podríamos hablar de una religión estética. Esta religión tiene poderes benefactores sobre los hombres que son capaces de gozar de las excelencias de la obra de arte. A esta se le atribuye una pureza y una “santidad” , que cura todo desgarramiento y concilia todas las contradicciones. El Yo culminará su proceso de autoconsciencia al revelársele el Absoluto (primer principio de su filosofía) y su sistema está completo, ya que ha sido retrotraído a su punto de partida, al fundamento originario de toda armonía: el Yo mismo. La última etapa del proceso teleológico de la autoconsciencia puede interpretarse como una invitación a la transformación del mundo estéticamente, por la magia de la imaginación y la fantasía. Así pues, la filosofía del arte de Shelling no pretende ser puramente teórica y contemplativa, sino práctica. La filosofía y la estética se ponen en marcha a partir de un desdoblamiento, una herida, una escisión provocada por el sentimiento de vivir en un mundo finito, insuficiente para satisfacer las ansias de infinitud. Por ello recurre a instancias absolutas (el Yo y la divinidad) que puedan dotar al mundo de sentido. Se produce, entonces, una suplantación del mundo “real” por un mundo “ideal”, imaginado, en el que se hallan resueltos los conflictos. En otras palabras, nos encontramos con una utopía, llevada al campo del arte.
La obra de arte expresa reconciliación porque en ella se resuelven todas las contradicciones, y el hombre accede al sentimiento de una paz infinita y recupera su identidad. El renacimiento interno pasa del autor al producto, y de la obra de arte a sus receptores, cuando éstos rehacen el mismo camino del artista. Aquí resuena la reflexión platónica del diálogo Ión en el que se habla de los poderes de la poesía, transmitidos a través de una “cadena magnética”.
Religión o utopía estética han de fluir hacia “el océano universal de la poesía del que habían partido” y el vehículo intermediario será la mitología, como ya había planteado en su escrito de juventud, que se analizó con anterioridad. La mitología será la meta de la revolución estética, ella será el lugar donde se revela la identidad y la unificación de las ideas platónicas de verdad y bondad en la belleza. Una nueva mitología, propia de la nueva generación romántica, que recreando a los clásicos, llevará a la solución que “puede esperarse únicamente de los destinos futuros del mundo y del curso posterior de la historia”. Con estas palabras, abiertas a un hipotético futuro, termina Shelling su reflexión sobre el arte, aquí radica su desideratum de un nuevo mito o religión estética. La historia posterior no lo ha confirmado, ya que el arte, a través del tiempo, fue siendo paulatinamente secularizado.




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