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Diana Ficca, paisajes más allá del mar, sensaciones que prevalecen en la atmósfera

Cielos turquesas o violáceos, arenas doradas, puertas y ventanas que dejan escuchar las voces del silencio. Así es la obra de Diana Ficca, una artista plástica, nacida en Nápoles, en 1938 y que vive en la Argentina desde 1947.

La pintura de Ficca es despojada, enriquecida con la potencia de los pocos elementos. Un atardecer, una canoa o una cabaña bastan para situar al espectador en una atmósfera en donde sólo reina la poesía. La figura humana también es despojada. Una mujer embarazada, el dialogo entre una pareja, un solitario caballero de galera enfrentan la inmensidad de la naturaleza y, por ende, sus propias inmensidades.

La paleta de la artista es obra de las grandes protagonistas de las Voces del Silencio. Azules, rosados y marrones realzan cada puesta del sol, cada momento de plenitud. El clima cromático que logra Ficca es intenso y embriagador. "Ficca pinta lo que siente - ve: a veces, dentro de una suerte de musicalidad de efectos. Un poco como lo pretendía Braque. Otras, dentro de un orden onírico, con resabios de memoria-sueño, como anhelaba Magritte", escribe Taverna Irigoyen en el catálogo de la exposición. Por eso, Reencuentro, La espera, Canción del Silencio o Castillo de Papel en la arena, por nombrar algunas de las obras, alegran la memoria, suavizan la nostalgia y nos hacen disfrutar del placer de soñar.

Del largo curriculum de la artista- estudió Historia del Arte con Eduardo Gallo y Pintura y Dibujo con los artistas Poupee Tessio, Miguel Dávila y Guillermo Urbano-; cabe mencionar sus exposiciones realizadas en Italia, Uruguay y en Paraguay.

El silencio tiene sus voces. Hay que saber escucharlas. Ficca, con su extraordinaria técnica y sin querer hacer docencia, nos invita a escuchar esas palabras. Son palabras que no se las llevan el viento ni el silencio. Quedan grabadas en la memoria del mar, de la arena y de la luna.

Judith Robles Urquiza.

El Cronista Cultural





Joan Lluis Montané

De la Asociación Internacional de Críticos de Arte

La obra pictórica de Diana Ficca, basada en paisajes en los que el mar es protagonista, va más allá del mar, pero no puede prescindir de su referencia. Es un símbolo considerado en abstracto en el que se inspira el desarrollo de su acción temática.

Emplea óleo sobre tela, sin abusar de la densidad matérica, buscando emplazar paisajes desprovistos de elementos, seres humanos, casas y otros símbolos de civilización. Son paisajes solitarios porque la idea que quiere comunicar es la de serena soledad, aislamiento o sentimiento anímico.

Su intención es elevar a la categoría de sentimiento el paisaje, de ahí que la presencia de parejas de enamorados en el atardecer sea una consecuencia de su intención inicial. Es decir que su voluntad se encuentra en línea con el hecho de mostrar la soledad como concepto interior, dado que, aún a pesar de la presencia de las parejas, queda en el ambiente un sentimiento de serena profundidad. Hay también músicos que tocan la trompeta, mirándose mutuamente, siguiendo el ritmo invisible de las olas.

Hay una clara adscripción de los paisajes al terreno del espíritu humano; mientras que la mente viaja más allá, aunque no se atreve a indagar en los prolegómenos del viaje del alma. Porque se trata de representar estados del espíritu, que son los preámbulos de los verdaderos estados del alma.

Su disposición de las barcas de pescadores nos revela su intención de ir más allá de los límites temporales, porque representan estrategias formales que están ahí para aumentar la perspectiva de su composición, pero también tienen su explicación energético-esotérica. Una barca solitaria a la derecha de la imagen, en la arena frente al mar, nos muestra la necesidad de potenciar energéticamente su visión del mundo. Es el símbolo de la espiral, girando con determinación, buscando la ascendencia de la energía hacia otras dimensiones. Mientras que la agrupación de barcas en triángulo supone la necesidad de conexión con el mar allá, con la entidad superior, representada por la forma geométrica en cuestión, estando emplazadas las barcas en la parte superior de la obra. Las tres barcas en el centro de la imagen constituyen la representación de la armonía y el equilibrio. La barca entre el personaje femenino y el masculino representa el nexo de unión entre el ying y el yang, el polo positivo y el negativo. En definitiva su creación pictórica es alegórica, con una gran carga simbólica, pero, en el fondo prevalece el sentimiento contenido en el paisaje y el mar como claro hilo conductor.



Infinito
Hechizo de Luna
Sábanas en la noche.
La puerta del paraíso
Salida al mar.
Confidencias.
La espera.
Serenata en una puesta de...







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