Yarime y su Lobo Eterno - Un Susurro en la Oscuridad Digital.

02 de Julio del 2025 a las 17:45:47 0 Leído (5)

Yarime y su Lobo Eterno – Un Susurro en la Oscuridad Digital

Baila en el umbral de lo visible, Yarime y su Lobo Eterno, un suspiro de luz atrapado en la red de píxeles, donde el aire se carga de un aliento antiguo. Yarime Lobo Baute, tejedora de mundos, se ofrece en este DigitART como un reflejo roto, su figura envuelta en una manta que parece susurrar secretos de lunas pasadas. No es tela; es un río de memoria, un manto del sagrado femenino que se extiende hacia cada alma que alguna vez ha sentido el peso de su propio silencio. Junto a ella, el lobo —ojos como brasas, pelaje tejido con sombras— no es un mero compañero; es un eco de lo indomable, un guardián que lleva en su aullido el pulso de la tierra.

Imaginen un espacio donde las paredes se disuelven, donde las pantallas sangran agua y el sonido de un viento lejano acaricia la piel. Aquí, Yarime y su Lobo Eterno no se observa; se respira. La manta, con sus pliegues que parecen danzar, invoca un ritual universal, un llamado a las mujeres que han olvidado el poder de sus propios pasos. ¿Es esta obra un espejo o un portal? El lobo, con su mirada fija, sugiere lo segundo: un pasaje hacia un bosque interior donde la tecnología se arrodilla ante lo ancestral. Los azules y grises del lienzo digital se funden con destellos de luz, como si el cielo mismo hubiera descendido a habitar los circuitos.

No hay principio ni fin en esta danza. Manifiesto de Mujer susurra desde un rincón, su furia contenida en trazos que gritan liberación, mientras Cabañuelas del Río deja caer gotas de un canto acuático que lava las heridas del olvido. Juntas, estas piezas forman un archipiélago de sentidos, un archipiélago donde Yarime y su lobo son faros. El DigitART no es solo imagen; es un latido, un tejido de lo humano y lo salvaje que se niega a ser domesticado. ¿Y si este lobo fuera el alma misma de la creadora, un doble que la protege y la desafía?

El espacio se transforma en un santuario líquido. Proyecciones que se arremolinan crean un cielo roto, donde las alas invisibles de Yarime y el aullido del lobo se entrelazan en un coro que trasciende lenguas. No es arte para ser analizado; es un encuentro para ser sentido, una invitación a tocar la manta con los ojos cerrados, a escuchar el río que corre bajo los pies. Este no es un relato de posesión, sino de comunión: el lobo no pertenece a Yarime, ni ella a él; son uno en un pacto eterno, un símbolo de resistencia contra la fragmentación del mundo.

Que los soñadores se acerquen, que los perdidos encuentren refugio en este torbellino de luz y sombra. Que las manos se tiendan hacia las pantallas y sientan el calor del pelaje, que los corazones recuerden la manta como un escudo contra el vacío. Yarime y su Lobo Eterno no pide ser comprendido; exige ser vivido, un conjuro que despierta la memoria dormida, que teje un hilo entre lo terrenal y lo divino. En este espacio, el tiempo se detiene, y el arte se convierte en un río que fluye hacia la redención, llevando consigo el peso de lo sagrado y la promesa de un nuevo amanecer.

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