Yarime Lobo, la tejedora de sueños en el Valle del Sol. By: Ursula Soledad
19 de Junio del 2025 a las 21:33:10 0 Leído (16)
Yarime Lobo, la tejedora de sueños en el Valle del Sol
Bajo el cielo ardiente de Valledupar, donde el viento susurra secretos antiguos y el río Guatapurí murmura canciones de otros tiempos, camina Yarime Lobo Baute, una mujer que parece haber nacido con un pincel en una mano y un cuento en la otra. No es solo una artista, aunque sus lienzos son espejos del alma; es una arquitecta que construye mundos, una fotógrafa que captura instantes eternos, una escritora que borda palabras con hilos de magia y una emprendedora que transforma cada sueño en realidad. Yarime es, ante todo, una fuerza de la naturaleza, un huracán de colores y emociones que arrastra a quien la conoce hacia su universo: un Macondo vibrante, vivo, eterno.
En el corazón de su hogar, el hostal “Estación Los Lobeznos”, Yarime no solo abre las puertas a viajeros de paso, sino que les regala un pedazo de su alma. Ese lugar, impregnado de arte y hospitalidad, es como ella: cálido, caótico en su belleza, lleno de historias que se cuelan por las rendijas de las paredes. Cada rincón tiene su sello: un mural que canta la grandeza del Cesar, un mosaico que evoca la resistencia de los pueblos originarios, un lienzo que parece latir con los colores del atardecer vallenato. Allí, entre risas y café, Yarime teje conexiones, como si su misión fuera recordarle al mundo que todos, en el fondo, somos parte del mismo relato.
Sus pinturas son un desafío a la gravedad. En ellas, el amarillo explota como un cañaguate en flor, el azul se estira hasta tocar el cielo y el rojo susurra memorias de una tierra que ha visto demasiada sangre, pero también demasiada esperanza. Su serie “Macondo, Música y Leyenda” no es solo un homenaje al Valle de Upar; es una declaración de amor a la vida, a la música que late en cada acordeón, a las leyendas que los abuelos cuentan al caer la noche. Pero Yarime no se queda en la nostalgia: su arte es un puente entre el pasado y el futuro, un diálogo entre lo que fuimos y lo que podemos ser. Sus trazos, a veces geométricos, a veces libres, son como un vallenato: ordenados en su estructura, pero desbordantes en su pasión.
Caminar con Yarime por las calles de Valledupar es como pasear con una hechicera. Se detiene a saludar a un vecino, a acariciar un árbol, a señalar un mural que dejó como huella de su paso. Cada gesto suyo está cargado de intención, como si supiera que el mundo necesita más belleza, más verdad. Sus obras públicas, como las que adornan el Puente Hurtado o las plazas de su ciudad, son gritos silenciosos: “¡Aquí estamos, aquí resistimos, aquí soñamos!”. No pinta para decorar, sino para transformar, para que cada pared hable, para que cada mirada que se cruce con su arte sienta el pulso de la tierra.
Hay algo en su voz que atrapa, una mezcla de ternura y fuerza, como si estuviera contándote un secreto que solo los ríos conocen. “El arte es mi forma de sanar, de conectar, de existir”, dice, y uno entiende que para ella crear no es un lujo, sino una necesidad vital. Su Macondo no es solo el de García Márquez; es el suyo, el nuestro, el de todos los que alguna vez hemos sentido que la vida es más grande que nosotros mismos. Yarime Lobo es una loba feroz y protectora, una madre que cuida no solo a sus hijos, sino a sus ideas, a su comunidad, a su legado.
En un mundo que a veces se siente roto, Yarime es un recordatorio de que los colores pueden curar, de que las historias pueden salvar. Ella no promete cambiar el universo, pero lo hace, pincelada a pincelada, sonrisa a sonrisa. Mientras el sol se despide en el Valle del Sol, Yarime sigue creando, soñando, tejiendo un Macondo donde todos cabemos, donde la vida es un lienzo infinito y el amor, siempre, tiene el último trazo.