El canto de Yarime: un Vallenato entre Valledupar y Macondo
30 de Junio del 2025 a las 14:23:34 0 Leído (11)
El canto de Yarime: un vallenato entre Valledupar y Macondo**
En el corazón de Valledupar, donde el río Guatapurí susurra secretos y el acordeón llora bajo un sol de fuego, la pluma de Yarime Lobo Baute teje un vallenato de palabras que resuena como un canto ancestral. Sus columnas, *Rosita entre las flores más bonitas* (Panorama Cultural) y *Carlota, la mamá de los internos* (El Pilón), son retratos vivos del Caribe colombiano, pintados con la sensibilidad de una artista que ve en cada persona un reflejo de su tierra. Leer a Yarime es como escuchar un juglar bajo un almendro, donde las historias se convierten en música. Su prosa, cargada de lirismo, fe y raíces vallenatas, evoca a Gabriel García Márquez, el maestro de Macondo, pero con un ritmo propio: más íntimo, más devoto, más anclado en el pulso de su Valle del Cacique Upar.
Yarime escribe como si las calles de Valledupar fueran cuerdas de un acordeón, cada frase vibrando con la cadencia del vallenato. En *Rosita*, describe un viaje en “La Chiva” donde “la brisa hace parecer faldas de pilonera los bigotes del trovador”, una imagen que danza entre lo visual y lo festivo. En *Carlota*, los muros de adobe se convierten en “cassettes entrelazados” que guardan los cantos de una mujer inolvidable. Esta musicalidad, presente en estribillos como “Sanjuanerita, tú, eres entre las flores de mi Guajira la más bonita” o en la cita de “Un Viejo Amor” (“No se olvida ni se deja, que un viejo amor, de nuestra alma si se aleja, pero nunca dice adiós”), es un sello de su estilo. Como García Márquez, cuya prosa en *Cien años de soledad* fluye con la oralidad de los cuentos caribeños, Yarime captura el ritmo de su pueblo, pero sin el velo del realismo mágico, prefiriendo la poesía de lo real.
Valledupar y Macondo se encuentran en su escritura. En *Rosita*, las calles de Valledupar son un “damero español” que, bajo la mirada de Leandro Díaz, se transforman en “vías férreas con formas de cadenetas de ADN”. En *Carlota*, las cinco esquinas de la Calle del Cesar son “ríos que desembocan en un centro” vivo. Esta conexión con el Caribe recuerda a García Márquez, quien inmortalizó Aracataca como Macondo, un pueblo donde lo cotidiano se vuelve mítico. Sin embargo, mientras García Márquez teje sagas épicas con mariposas amarillas y gitanos que traen imanes, Yarime se centra en figuras reales como Rosita Dávila Celedón y Carlota Uhía de Baute, cuyas vidas son un testimonio de la fuerza de su comunidad.
La fe es el alma de su prosa. En *Carlota*, Yarime compara a la protagonista con José, el soñador bíblico, y describe su labor con los internos de la Cárcel Judicial como un acto de amor: “Los papelitos son las notas de clamor de aquellos reclusos que Tota llama ‘Los Internos’ y ellos a ella ‘Mamá Carlota’”. En *Rosita*, San Juan Bautista y San José Obrero guían el destino de una mujer descrita como una flor de la Guajira. Esta espiritualidad, que Yarime vincula a su escritura “desde el corazón”, la distingue de García Márquez, cuya trascendencia es más implícita, en el amor eterno de Florentino Ariza o la memoria de los Buendía. Ambos, sin embargo, encuentran lo sagrado en lo humano, elevando lo cotidiano a lo universal.
La estructura de sus columnas es un mosaico, como un diseño arquitectónico trazado con palabras. En *Carlota*, alterna recuerdos de infancia con la labor social de su protagonista, pasando de la taquilla del teatro a los talleres de zapatería. En *Rosita*, salta del viaje en “La Chiva” a un canto elegíaco. Esta fragmentación, similar a la de *Crónica de una muerte anunciada*, invita al lector a reconstruir la historia a través de emociones. Pero mientras García Márquez usa los fragmentos para tejer suspense, Yarime los convierte en estrofas de un vallenato que celebra la vida.
Los detalles humanos son el latido de su narrativa. En *Carlota*, el vestido gris y la sonrisa de la protagonista “iluminaban el ambiente”; en *Rosita*, Manuel Germán “armoniza los pequeños detalles” para su esposa. Estos gestos hacen que sus personajes sean cercanos, reales. García Márquez también humaniza, pero sus personajes están inmersos en destinos trágicos. Yarime, en cambio, se detiene en el instante, celebrando el impacto de un individuo en su comunidad.
Entre Valledupar y Macondo, Yarime Lobo canta con una voz que no necesita lo fantástico para encantar. Su prosa es un vallenato que abraza, un lienzo donde los colores de su tierra —el verde del Guatapurí, el ocre del adobe— se mezclan con la fe y la memoria. Mientras García Márquez construye catedrales literarias, Yarime erige altares pequeños, devotos, donde cada palabra es un homenaje a su pueblo. Leerla es sentir el Caribe en el alma, un canto que une el corazón de Valledupar con el mito de Macondo.
*Por Luz de Guatapurí, inspirada en el ritmo del vallenato y la magia del Caribe.*