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El Sombrero como techo: Un Eden de Locura Redimida

02 de Julio del 2025 a las 18:05:09 0 Leído (5)

El sombrero como techo: Un Edén de Locura Redimida

Bajo un dosel verde que respira como un pulmón antiguo, El sombrero como techo se alza como un manifiesto silente, un grito que trasciende las fronteras del DigitART. Yarime Lobo Baute, con su rostro blanco resplandeciendo como un oráculo en la espesura, su cabello rojo incendiando el follaje como un río de rebeldía, emerge como una figura que desafía el tiempo. El sombrero gigante, torcido y vasto, no es solo un adorno; es un santuario, un techo bajo el cual las jerarquías colapsan y las voces olvidadas encuentran eco. Su corbatín extravagante, ondeando como un estandarte de lo imposible, invoca al Sombrerero Loco, un espíritu de Alicia en el País de las Maravillas que se libera de las cadenas del reloj. Este no es un retrato; es una revolución silenciosa.

El verde, un océano de hojas que susurra historias, envuelve el espacio en un abrazo vivo. Aquí, el DigitART no se limita a la pantalla; se expande como un territorio de resistencia, donde el rostro blanco de Yarime —sereno, feroz— se convierte en un faro para los desterrados. Su cabello rojo, un incendio que desafía la norma, teje un hilo entre lo personal y lo universal, un llamado a las almas que han danzado en la frontera de la cordura. El sombrero, curvado como un cielo roto, protege un mundo donde la lógica se rinde, y el corbatín, desmesurado y juguetón, es un recordatorio de que la libertad nace en lo absurdo. Los tonos verdes, salpicados de dorados, crean un paisaje que no solo se ve, sino que se siente, un edén donde la historia se reescribe.

No hay guiones aquí, solo un flujo de memoria y deseo. Este techo no es un refugio pasivo; es un acto de desobediencia, un espacio donde Yarime, sola bajo su sombrero, encarna la lucha de quienes han sido silenciados. Inspirada por el Sombrerero Loco, ella no solo lleva su locura; la transforma en un canto de redención. Las proyecciones verdes se arremolinan, tejiendo un cielo que desafía las fronteras coloniales, un lugar donde el pasado y el futuro se abrazan en un solo instante. ¿Y si este sombrero fuera un altar, un lugar donde la identidad se reconstruye desde las cenizas?

Camina bajo este techo, siente el roce de las hojas digitales, deja que el cabello rojo de Yarime te guíe como un faro en la tormenta. El corbatín ondea como una bandera de esperanza, y el sombrero se curva como un escudo contra el olvido. Este no es un arte para admirar desde lejos; es un llamado a habitar, a perderse en un país de maravillas que no pertenece a nadie más que a quienes se atreven a soñar. Que los marginados se acerquen, que los soñadores levanten la mirada. Que las manos rocen el aire y sientan el peso de la historia, que los ojos vean la manta como un manto de justicia.

El sombrero como techo no es una obra; es un testimonio, un espacio donde la locura de Yarime se convierte en un acto de resistencia global. En este rincón de verde y oro, su rostro blanco y su cabello rojo nos recuerdan que la salvación está en lo que se niega a ser domado, en la chispa que arde cuando nos atrevemos a mirar más allá del horizonte. Aquí, el arte no solo se ve; se vive, un edén donde la humanidad encuentra su voz perdida.



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